Rubén Jaramillo Ménez, hijo de minero y campesina, nació al principiar el siglo XX en el Mineral de Zacualpan, del Estadod de México.
Le tocó ioncorporarse muy joven a la Revolución de 1910, en el ejercito zapatista. Por su decisión revolucionaria fue ascendido a capitán primero de caballería cuando apenas tenía 17 años. Los pobladores de la zona sur de Puebla y otras regiones colindantes con el Estado de Morelos lo apreciaban mucho por su comportamiento justo y valiente.
En 1918 el ejército zapatista se desintegraba, muchos jefes y soldados empezaban a dedicarse al pillaje, desoyendo la voz de Emiliano, o traicionaban la causa del pueblo pasándose con los carrancistas. En esas circinstancias, Rubén reunió a sus soldados y les dijo:
«Frente a las condiciones actuales de fatal decadencia revolucionaria nosotros de ninguna manera debemos ir a entregarnos en las manos de nuestros enemigos que, a base de fuertes compromisos con los norteamericanos y plutócratas nacionales, se han fortalecido reclutando gentes a sueldo para combatirnos. Pero en este caso, no son los muchos hombres los que triunfan, sino las ideas basadas en la justicia y el bien social y para no seguir el camino de los malos revolucionarios que no podrán sostenerse si antes no hacen daño al pueblo y que de seguro tarde o temprano tendrán que ir de rodillas ante el enemigo, nos vamos a diseminar los unos de los otros con el fin de reservar nuestras vidas para mejores tiempos y desde hoy la Revolución, mas que de armas, ha de ser de ideas justas y de gran liberación social… El pueblo, y más las futuras generaciones no podrán vivir esclavos y será entonces cuando de nueva cuenta nos pondremos en marcha, y aunque estemos lejos los unos de los otros no nos perderemos de vista y llegando el momento nos volveremos a reunir. Guarden sus fusiles, cada cual donde lo pueda volver a tomar».
Surgieron posteriormente los nuevos enemigos: ya no fueron los hacendados azucareros sino gentes con capital que compraban las cosechas, controlaban el comercio y acaparaban tierras. Estos ricos tramaron alianzas con una multitud de políticos surgidos de la Revolución, para juntos dominar, admeás de la agricultura, el gobierno y la riqueza pública del estado de Morelos.
Al dejar las armas Rubén, movido por su pasión libertaria emprendió luchas por el mejoramiento del pueblo, peleando contra los comerciantes acaparadores de las cosechas de arroz, contra los prestamistas, por formar uniones de crédito con el recién fundado Banco Ejidal, por comercializar directamente sus productos agrícolas, etc. Los ricos arroceros y comerciantes de la región de Jojutla, aliados con los políticos del nuevo régimen, se convirtieron en sus enemigos más feroces.
Rubén pensó que un ingenio grande, podría ser una buena forma de sustraer al pueblo del dominio de los ricos comerciantes y caciques y llevó su idea al general Cárdenas cuando éste andaba en campaña electoral. Gracias a la empeñosa iniciativa de Jaramillo se hicieron los estudios, presupuestos, etc.; Cárdenas ordenó la construcción y para el mes de marzo de 1938, en Zacatepec, empezó a trabajar el Ingenio Emiliano Zapata.
Aunque el Ingenio se fundó con el carácter de sociedad cooperativa, desde su fundación el gobierno lo ha manejado como su dueño y patrón, poniendo y quitando gerentes a conveniencia y por ello tendría el mismo destino de todas las empresas y secretarías de Estado, el de convertirse en botín de políticos. Este ingenio de limpio nombre, no podría sustraerse al sistema político mexicano en esa penosa fase de acumulación violenta de grandes masas de capital bajo el cobijo de las instituciones del Estado.
En este sistema Rubén Jaramillo hubiera tenido un «futuro brillante». Se le había asignado la dirección de una empresa estatal y como líder campesino tenía arraigo, excelentes condiciones para incursionar en las esferas del poder y la riqueza. Pero resultó ser un hombre que se rigió por sus principios y convicciones morales. Ni como presidente del consejo de Administración, ni como líder popular aceptó entrar a ese sistema político. Rubén fue un líder natural incorruptible, discípulo fiel de Zapata, y al no prestarse a corruptelas traicionando los derechos obreros y campesinos, fue declarado agitador y enemigo público, difamado y perseguido. Dan testimonio de ello sus compañeros de lucha.
Se convirtió en un obstáculo para que esa mina de oro pudiera engrosar las cuentas bancarias de políticos y funcionarios: tenía que ser eliminado. Primero lo destituyeron de su cargo. Después, como en su condición de cañero y cooperativista seguía defendiendo los derechos de los campesinos y obreros, intentaron asesinarlo. Dos veces llegó la policía judicial hasta su casa pero no pudieron capturarlo. La tercera lo emboscaron policías y pistoleros, pero fracasaron. Jaramillo tomó entonces el único camino honrado que le dejaban: el de las armas.
En 1943 Rubén se armó y con varios zapatistas correligionarios y algunos hombres de lucha, se remontó al cerro en calidad de rebelde. Parecía el momento en que se volvieran a reunir los viejos zapatistas que acordaron guardar sus fusiles donde cada cual los pudiera volver a tomar.
Rubén y su gente iniciaron entonces largos recorridos por todo el estado, dando a conocer de pueblo en pueblo el motivo de su lucha. Su popularidad creció, atrajo muchos hombres a sus filas y se ganó el apoyo de prácticamente todo el pueblo campesino, que le dio protección, abrigo y sustento durante su vida de lucha.
Rubén pudo apreciar que no se vivía una situación insurrecional, puesto que la lucha armada no se generalizaba en todo el estadoy en el país, las fuerzas que podían reunir eran pocas comparadas con las del gobierno.
Comprendió también que al andar alzado en el cerro, aunque le daba seguridad, resultaba benéfico para los enemigos, pues él y sus seguidores se apartaban del pueblo. Por ello aceptó la amnistía que le hizo el gobierno de Ávila Camacho. Rubén volvió a la vida civil en 1944.
Hacia el final de su vida organizó legalmente a miles de campesinos para colonizar tierras ociosas; supervisó cambios de comisariados ejidales bajo auspicio oficial y participó en un congreso estatal de la Liga de Comunidades Agrarias de la que pudo ser presidente por contar con la mayoría, pero no aceptó el desafío por el riesgo evidente.
Simultanea o alternamente con ese tipo de luchas legales, Rubén tenía que ejercer la autodefensa de su movimiento: tuvo enfrentamientos con pistoleros en mítines o asambleas públicas; asestó golpes a la sanguinaria policía judicial que torturaba y mataba partidarios suyos; liquidó a varios caciques opresores y grupos de abigeos, ajustició a un jefe de la policía judicial del estado, etc.
Para la burguesía, la sola existencia de ese atrevido e insobornable hombre dispuesto a todo, era una desesperante pesadilla; por lo tanto, tenía que crear las condiciones para su eliminación segura, sin riesgo de fracasar, desde el centro mismo del poder, desde el gobierno federal.
El presidente López Mateos en 1958 le ofrece amplias garantías, le promete apoyo para resolver los problemas campesinos de su estado, lo subsidia con un sueldito de promotor de la CEIMSA, lo comisiona para supervisar cambios de autoridades agrarias, le acepta un proyecto para colonizar tierras ociosas con miles de campesinos sin tierras. El plan era amansarlo y preparar su ejecución y Jaramillo aceptó la propuesta.
Sus compañeros más cercanos además de advertirle el peligro, le insistieron en la idea de dar un paso adelante en la organización revolucionaria. No obstante Rubén ya con casi sesenta años, parecía ceder ante la fuerza de la corriente contra la que había luchado desde la revolución. En sus últimos años críticos, su esposa y familia tiraban hacía donde lo deseaba el gobierno: la paz y tranquilidad.
Sólo cuando una casa donde se refugiaba en México fue asaltada por la policía, tratando de apresarlo y decomisarle sus armas, pareció decidido a salir de la tramposa legalidad que le había ofrecido López Mateos.
Pero por alguna razón poderosa, no bien conocida por sus amigos más cercanos, Rubén permaneció en su casa de Tlaquiltenango durante esos días críticos.
El 23 de mayo de 1962 llegaron los asesinos: la policía judicial del estado dirigida por el gobierno de Norberto López Alvear (1958-1964), por Heriberto Espinoza, alias «El Pintor»; tropas del ejército nacional comandadas entre otros por un capitán de nombre José Martínez y algunos pistoleros de Jesús Merino Fernandez, gerente del ingenio Emiliano Zapata. Apresaron a toda la familia, la subieron en vehiculos oficiales y a un lado de las ruinas de Xochicalco la acribillaron.
El crimen fue cometido directamente por el gobierno, sin pretextos, sin el más leve intento de ocultar su responsabilidad o de disfrazar de justicia su determinación asesina. fue un golpe seco de odio contra quien lo desafió con su honradez, un golpe de odio despótico para escarmiento de la rebeldía.
Ninguna palabra palabra es suficientemente fuerte para calificar este asesinato, porque es un crimen que en las personas de Rubén y su familia se cometió contra todo el pueblo oprimido de México y para sancionarlo hace falta algo más que todas las palabras de nuestro idioma.
Si algún deseo hubiera podido expresar Jaramillo a sus compañeros, momentos antes de su muerte, sería sin duda que siguieran la lucha. Por eso hoy día aquí estamos y aquí seguiremos, continuando ese legado, esa tradición de lucha que tienen estas tierras zapatistas. Jaramillo y Zapata Viven, la lucha sigue! ¡Viva Tierra y Libertad! ¡Viva La Otra Campaña!
Este texto es un extracto de Los Jaramillistas, de Renato Ravelo Lecuona.