La noción popular del matrimonio y el amor los presenta como términos sinónimos, que tienen los mismos motivos y que satisfacen las mismas necesidades, y como la mayoría de las nociones populares, no se basa en los hechos reales, sino en la superstición.
En matrimonio y el amor no tienen nada en común; están tan lejos entre sí como los dos polos, e incluso son antagónicos. Por supuesto, algunos matrimonios han sido producto del amor, pero no porque el amor pueda afirmarse solamente en el matrimonio, sino más bien porque muy poca gente puede prescindir por completo de las convenciones. Existen hoy gran número de hombres y mujeres para los que el matrimonio no es más que una farsa y que, sin embargo, se someten a él por miedo a la opinión pública. En todo caso, aunque es verdad que algunos matrimonios se basan en el amor y que en algunos casos el amor persiste durante la vida de casados, sostengo que esto sucede a pesar del matrimonio , y no por él.
El matrimonio es ante todo un acuerdo económico, un seguro que sólo se diferencia de los seguros de vida corrientes en que es más vinculante y más riguroso. Los beneficios que se obtienen de él son insignificantes en comparación con lo que hay que pagar por ellos. Cuando se suscribe una póliza de seguros, se paga en dinero y se tiene siempre la libertad de interrumpir los pagos. En cambio, si la prima de una mujer es su marido, tiene que pagar por el con su nombre, su vida privada, el respeto hacia sí misma y su propia vida (hasta que la muerte los separe). También el hombre paga su tributo, pero como su esfera de vida es mucho más amplia, el matrimonio no lo limita tanto como a la mujer. Las cadenas del marido son más bien económicas.
Tal vez la culpa de la inferioridad de la mujer sea la mala calidad de la materia prima utilizada. En todo caso , la mujer no tiene alma, y por lo tanto, no hay nada que saber sobre ella. Además, cuanto menos alma tenga una mujer, mejor dotada estará como esposa, más dispuesta estará a anularse en favor de su marido. Es precisamente esa aquiescencia servil ante la superioridad del hombre lo que ha permitido que la institución del matrimonio se mantenga aparentemente intacta durante mucho tiempo. Ahora que la mujer está convirtiéndose en un ser independiente y que se está dando cuenta de que significa algo al margen de su dueño, comienza a socavarse la sagrada institución del matrimonio y ninguna lamentación sentimental puede reforzarla.
La inconsistencia de la respetabilidad necesita el voto matrimonial para que la obscenidad se convierta en el lazo más puro y sagrado, que nadie se atreve a poner en cuestión o a criticar. Se mantiene a la futura madre y esposa en la más absoluta ignorancia de su única posesión en el mercado, el sexo. De esa forma, inicia unas relaciones que durarán toda la vida con un hombre, para encontrarse sorprendida, asqueada y ultrajada más allá de toda medida por el instinto más sano y natural, el sexual. No creo equivocarme al afirmar que gran porcentaje de la infelicidad , la miseria, la desgracia y el sufrimiento físico del matrimonio se debe a la indiscutible ignorancia de las cuestiones sexuales, a las que se considera una gran virtud. Tampoco me parece una exageración afirmar que más de un hogar se han ido al pique por esta deplorable realidad.
Sin embargo, a la mujer libre y lo bastante adulta para aprender los misterios del sexo, sin la sanción del Estado o de la Iglesia, se la condenará y tachará de indigna de convertirse en la esposa de un hombre (bueno), cuya bondad consiste en tener una cabeza vacía y mucho dinero.
La norma moral que se inculca a la joven no es preguntarse si el hombre ha despertado su amor, sino cuánto gana. El único Dios y la única cosa importante de la vida pragmática americana es: ¿Puede el hombre ganarse la vida? ¿Puede mantener a una esposa? Eso es lo único que justifica el matrimonio. Poco a poco se van saturando con ello los pensamientos de la muchacha que ya no sueña con los claros de luna y besos, con risas y lágrimas, sino con ir de compras y con rebajas en las tiendas. Esa pobreza de alma y esa sordidez son los elementos inherentes a la institución del matrimonio. El Estado y la Iglesia no aprueban ningún otro ideal, simplemente porque es ese el que ambos necesitan para controlar a los hombres y a las mujeres.
Por supuesto, existen personas que siguen poniendo al amor por encima del dinero, especialmente entre las clases cuya necesidad económica les ha obligado a bastarse a sí mismas. El tremendo cambio en la situación de la mujer derivado de ese importante factor es enorme si se piensa que ésta ha ingresado hace poco tiempo en el mundo de la industria.
Pero ¿cómo se protegería a los hijos si no fuera por el matrimonio? Después de todo, ¿no es ésta la consideración más importante? ¡Que gran impostura e hipocresía! El matrimonio protege a los hijos y, sin embargo hay miles de niños abandonados y sin hogar. El matrimonio protege a los hijos y, sin embargo, los orfelinatos, hospicios y reformatorios están rebosantes.
Tal vez con el matrimonio se pueda llevar el caballo al agua, pero ¿tiene acaso la facultad de hacerlo beber? La ley puede tal vez detener al padre y meterlo a la cárcel, pero ¿ha satisfecho el hambre de los niños? Si el padre no tiene trabajo o esconde su identidad, ¿qué puede hacer entonces el matrimonio? Invoca a la ley para llevar al hombre ante la justicia y encerrarlo, pero el producto de su trabajo no va a parar al niño, sino al Estado.
El amor, el elemnto más fuerte, y profundo de toda vida, presagio de esperanzas, de alegría, de éxtasis; el amor, que desafía a todas las leyes, a todas la convenciones; el amor, el más libre, el más poderoso modelador del destino humano, ¿cómo puede esa fuerza todopoderosa ser sinónimo de ese pobre engendro del Estado y de la Iglesia que es el matrimonio?
El hombre ha comprado cerebros, pero todos los millones del mundo no han logrado comprar el amor. El hombre ha conquistado naciones enteras, pero todos sus ejércitos enteros no podrían conquistar el amor. El hombre ha condenado y aprisionado el espíritu, pero no ha podido nada contra el amor. Encaramado en un trono, con todo el esplendor y pompa que pueda procurarle su oro, el hombre se siente pobre y desolado si el amor no se detiene a su puerta. Sí, el amor es libre y no puede medrar en ningún otro ambiente. En libertad, se entrega sin reservas, con abundancia, completamente. Todas las leyes y decretos, todos los tribunales del mundo no podrán arrancarlo del suelo en el que haya echado raices.
El amor no necesita protección porque él se protege a sí mismo. Mientras es el amor el que engendra a los hijos, no hay niños abandonados, hambrientos o carentes de afecto.
Algún día, los hombres y las mujeres se elevarán y alcanzarán la cumbre de las montañas, se encontrarán grandes, fuertes y libres, dispuestos a recibir, a compartir y a calentarse en los dorados rayos del amor. ¿Qué imaginación, qué fantasía, qué genio poético puede prever, aunquesea aproximadamente, las posibilidades de esa fuerza en las vidas de los hombres y las mujeres? Si en el mundo tiene que existir alguna vez la compañía y la unidad, el padre será el amor y no el matrimonio.
*De Anarchism and other Essays de Emma Goldman.
Pues para esta entrada he citado las palabras de una de mis autoras favoritas ene ste tema. Es un texto que me parece contiene muchas reflexiones y creo que es muy bonito. Espero que quien lo lea se interese por leerlo completo, ya que aquí sólo lo resumí.